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Buscando luz




Ayer el viento soplaba con fuerza en el balcón de casa.

Decidí entrar mi lirio de agua, que ya había florecido. Tenía miedo que el viento quebrara el tallo, como ya había quebrado alguna hoja…


Esta mañana se me dibujó una sonrisa. La flor buscó la luz. Suavemente curvó su tallo y decidió buscar la luz… y mientras le sacaba una foto, su inteligencia natural y espontánea me hizo preguntarme… y si cada día buscáramos la luz?...


Y si, como ya te imaginarás, estoy hablando de la luz que hay en cada persona. 


Desde que somos niños, dependemos de la mirada cariñosa de quienes nos rodean para saber que existimos, que somos importantes, que estamos a salvo. Aprendemos a sonreír cuando nos sonríen, a hablar cuando nos escuchan, a ser nosotros mismos cuando alguien nos acepta. "El otro", en su presencia cálida, se convierte en espejo y faro. Nos vemos en él, pero también nos guiamos por su luz. Es una necesidad tan humana como respirar: no solo sobrevivimos gracias al afecto, sino que también nos formamos a partir de él.


En el día a día nos olvidamos de esto. Creamos automatismos eficientes pero que no nos crean verdadera conexión. Mejor ir solo, voy más rápido, lo hago a mi manera… 

Hasta que de repente alguien nos ofrece una sonrisa, una broma, un comentario y por milésimas de segundos nuestros ojos brillan. Nos atrae su luz, porque enciende la propia. Si ponemos conciencia, encontramos  la luz en otros, no por debilidad, sino porque estamos hechos de vínculos. 


No se trata de depender emocionalmente de alguien más, ni de poner nuestra felicidad en manos ajenas. La búsqueda de la luz ajena es más sutil, más simbólica. Es encontrar en alguien un reflejo de nuestra propia capacidad de brillar. Es sentir que hay personas que nos inspiran, que nos despiertan, que nos recuerdan quiénes somos... cuando lo olvidamos. 


Y cuando encontramos a alguien cuya luz es constante, no necesariamente brillante, pero sí verdadera, sucede algo mágico. No es solo que nos sentimos mejor. Es que comenzamos a recordar nuestra propia luz. Como si la luz del otro activara la nuestra, como si su manera de estar en el mundo nos diera permiso para también brillar sin miedo.


Esto ocurre en la amistad, en el amor, en los vínculos sinceros, incluso en los lazos efímeros. 


La clave está, tal vez, en buscar sin desesperación, en estar abiertos pero no dependientes. Y sobre todo, en recordar que mientras buscamos la luz de otros, también somos luz para alguien más. A veces no lo sabemos, pero nuestras palabras, nuestra presencia, incluso nuestros silencios pueden ser faros para alguien que lo necesita.


La vida se vuelve más rica cuando dejamos de pensar solo en lo que podemos obtener y comenzamos a preguntarnos qué podemos ofrecer. Qué luz llevamos dentro, y cómo podemos compartirla sin agotarnos, sin disfrazarla. Ser luz no es ser perfecto, ni tener todas las respuestas. Es estar presentes. Es escuchar de verdad. Es abrazar sin juicios. Es decir “te entiendo” y que eso sane.


La invitación de mi lirio, entonces, es doble: tener presente de que podemos movernos y decidir prestar atención a la luz que se nos ofrece, y también aprender a Ser esa luz que otros necesitan. No para salvar a nadie, no para ser indispensables, sino para compartir lo que somos.

Porque en un mundo donde todos cargamos nuestras propias sombras, ser luz -aunque sea por instantes- es el acto más valiente y más natural que podemos ofrecer.


(Dedicado a las luciérnagas de mi querido SPAM)

 
 
 

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